Caballero errante por siempre


Hace no tanto como para decir que fue mucho, ni tan poco como para decir que fue recién, es que sucedió esta historia. Dicen que los caballeros andantes ya no existen, y mucho menos errantes, cualquier parecido a ello es tomado como un subgénero del vagabundismo.

Profundizar en las cuestiones legales que no permiten a estos pintorescos personajes suceder, no viene a la cuestión de este relato. Puede que sea considerado ficción, pero yo me arriesgo a decir que es tan real como lo es el aroma de una buena comida, o el resplandor de una buena pintura, es decir, tan real como el aura del mito que sugiera su existencia.

Obviamente, en tiempos actuales, la imagen romántica de un caballero en su caballo es un poco complicada. Cada vez los senderos de tierra son menos frecuentes para conectar lugares. Incluso en el campo, entre pueblos es muy común en nuestros días el uso de asfalto como material para los nuevos caminos. Por lo tanto, una motocicleta para sustituir a un caballo, es una acepción completamente lógica y factible para un nuevo caballero.

El caballero al que nos referimos, bien podía pasar entonces por ser un motociclista, no tenía lanzas ni armas, entonces, ¿qué le hacía caballero?

Nuestro caballero errante viajaba. Peleaba en bares y cocinas económicas, bodegoncitos, fondas, pequeñas cantinas o pulperías. Nunca ganó una batalla, pero siempre se jactó de seguir las reglas más cabales de la lucha entre caballeros. Cumplía un conjunto de protocolos que respetó hasta su último día.

Hasta que uno de esos días le pasó lo que nunca imaginó, se murió. Tomó por primera vez una carretera conocida. Se afeitó en una barbería. La noche anterior dicen que no peleó ni tomó. Que se la pasó charlando aventuras y amores que nunca vivió, pero que siempre contaba y fascinaba.

Se dice que murió de amor, que lo único que le faltaba para completar su cuadro de caballero errante y galante fue coincidir con su doncella amada, a quien, ese fatídico día, por fin vería.

Estaba rebosante, lleno de bríos. Los últimos que lo miraron decían que estaba tan contento como en sus mejores días. Galantemente vestido de jeans, camisa y su chaleco de cuero encima. Nadie supo ni el nombre de la chica ni a donde iba, el sólo decía que iba a encontrarse con su amor, su doncella amada.

Tomó la ruta 19, todavía era de mañana en un día lleno de sol. Iba rápido pero respetando el límite de velocidad. Pobre, al parecer se le atravesó un caballo, que corría libremente por la pradera, y para no atropellarlo, derrapó y se volcó. Dicen que cuando lo encontraron junto a su moto hecha pedazos y su cuerpo sin vida estaba todavía el caballo. Hay quienes dicen que no murió, que simplemente se transmutó y ahora es ese caballo, que tan solo quería despedirse de esta vida, muriendo por amor.

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