El "Pituco" igual se empilcha


"El Pituco", como se refieren a Claudio desde que comenzara su vida milonguera, parece de una época detenida en el tiempo. Desde joven, ya miraba con embeleso a toda esa gente que vistiendo sus mejores galas se dirigían a bailar a la milonga, ese mítico lugar de encuentros lleno de personajes. Fue así que adoptó una manera de vestimenta común para el género, pero de estilo propio, casi íntimo y lleno de simples pequeños detalles. Su apodo le vino por esa notable silueta. Hablar de "El Pituco" es como hablar de uno de esos personajes que no tienen época, un clásico de esos que nunca desvanecen.


Como cada mañana, al despertar, se calza las pantuflas y se dirige a la cocina para echar unos mates bien calientes, sin importar si es invierno o verano. Le gusta amargo, por supuesto, y le encanta tomarlo de a poco en esa vieja calabaza simplona comprada en la feria de Mataderos, en el puesto más humilde de los mates más rústicos y austeros. Al parecer ese objeto, del cual muchos coinciden en que es el más feo y delicioso mate que existe, es lo único no elegante que "El Pituco" estima en usar.

Calienta su vieja pava al fuego, pavas eléctricas, ¡ni en joda!, el agua no sabe igual. Suele renegar un poco cada día con la tecnología. Es de esos que están convencidos de que el pasado fue mejor, se resiste a los cambios. Piensa que el desuso de los artefactos clásicos le está robando encanto a la vida. Es de los que prefiere escuchar discos de pasta o vinilo antes que algún formato nuevo o "digital". Sigue diciendo que no es lo mismo, pero igual, la soledad prolongada no le dejó más remedio que participar en estas nuevas reuniones que se les llama "virtuales". Con temor primerizo toma con torpeza su nuevo "smartphone", reciente regalo de su sobrino. Aparato que repudió tanto en algún momento, y a pesar de que esté generaciones lejos de su comodidad, con recelo lo acepta como su única ventana al mundo, a sus amigos y a su tango. La tecnología no le va a derrotar.

Le parece lejana la última ocasión de milonga "normal presencial" que visitó, cuando aún se podía. "El Pituco" se siente viejo desde que no baila, hay una tristeza que acompaña sus días por ese abrazo sentido que le hace falta. Hoy es viernes, se emociona porque después de tanto sin hacerlo, puede volver a vivir su ritual: preparar su pilcha para tener todo finamente combinado. Con anticipación, plancha y acomoda su conjunto con la idea de vestirse con pausa y cadencia, como si estuviese bailando un tango.

Toma un par de zapatos bicolor de punta encharolada. Medias al tono para un pantalón azul con una línea bien marcada. Decide usar tiradores, así asegura los extremos de su camisa sin arrugas bien fajada, aún bajo el saco, eso para él cuenta. Claramente, usa un lengue para hacer frente a la noche fría. Por encima, su saco celeste ajustado al cuerpo, bien tanguero, con las mangas de la camisa asomando levemente para mostrar sus brillantes gemelos de cruz plateados, sus favoritos.

Para el final, el peinado. Nunca se le vio en milonga alguna sin usar gomina, muy prolijo, su cabello destellante combina perfectamente con el charol lustrado y resplandeciente de sus zapatos. Nada fuera de lugar, todo detalle con su por qué.

Decidido toma ese celular, sabe que será una batalla difícil, pero está dispuesto a encararla. Va siguiendo al pie de la letra las instrucciones que le dio su sobrino. Contento consigue iniciar el encuentro virtual, pero, por acomodarse los anteojos, en un descuido fugaz, se le resbala el aparato de las manos cayendo estrepitosamente y ¡cruack! se escucha. Asustado se precipita a levantar el objeto electrónico para cerciorarse de que está bien. lo voltea despacio y maldice una de esas palabras que ya ni se usan. Por suerte la caída sólo le dejó una rajadura en la pantalla a modo de estreno, suspirando y con alivio se percata que aún funciona.

Se encuadra frente a la cámara, ahora sí con sumo cuidado para no repetir un error fatal, mientras por fin se conecta a "la milonga virtual". Quienes le miran se extrañan al verle tan empilchado, sobre todo los asistentes más jóvenes, pero él se siente auténtico así. Desliza el dedo en la pantalla rajada dos o tres veces para chusmear los asistentes, mientras lo hace, va dibujando una mueca con gesto canchero de satisfacción, está dominando al dispositivo, no es de los viejos que se dejan intimidar por la tecnología, él se adapta.

Junto a una copa de vino mira a sus cúmpas a través de esa pequeña pantalla, escuchando tandas de sus tangos tan queridos. Con el zapato bajo la mesa y sin que nadie lo note, lleva el compás. Una pandemia con su respectiva cuarentena le alejaron de su adorada milonga. Mientras la humanidad lo va superando, él acepta que por el momento será así, algún día volverán los abrazos. En la pequeña pantalla no se aprecian igual los detalles, pero él sabe que hacen la diferencia. La manera de milonguear le ha cambiado, pero "El Pituco", igual se empilcha.

(En la foto una pareja de la realidad porteña: Pochi & Oswaldo, bailando sentimiento de tango por San Telmo)

Comentarios

  1. Froyamel narras una experiencia nostálgica que introduce al lector en el sentir del "Pituco", al añorar sus milongas y el abrazo del tango. Felicidades hijo!

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