Salvado por una sola mano

Estábamos sentados en la barra, yo solo oía el parlotear del parlanchín Juan, quien no se cansaba de dar salto y seña de todos sus parientes regados por el mundo. En esa mesa por lo general estaban varios tíos de él, para ser exacto en las cuentas: dos. Además de algunos otros conocidos que no vienen al interés de esta historia, al fondo, cerca mío, sin decir nada, solo mirando alrededor, levantado su vaso para decir ¡salud! y sonriendo de vez en cuando para acompañar los chistes y el histrionismo de Juan, estaba su primo segundo lejano a quien llamábamos, creo que contando con su aceptación, simplemente "El Manco".

Así nada más, "El Manco". Nunca lo presentaron, ni se presentó, pero estaba ahí. Lo sabíamos de él cada vez que se sumaba al grito de salud comunitario y levantaba su vaso con esa su única pero hábil mano disponible. Yo al no tener que decir en un territorio desconocido, me limitaba a mirar, tenía temor de cruzar miradas con él, ¿quien será? pensé.

Se veía joven, o por lo menos no demasiado mayor, los tíos se veían más grandes que él. Oí que era tranquilo, que había estudiado medicina. Un amigo del barrio me contó que era un jugador de basketball tremendo, que con una mano podía echar mano a más que muchos en condiciones normales de manos, es decir, "muy hábil de mano".

Esa noche ocurrió que a alguien no le cayó bien el parloteo de Juan, el bar se vistió de trifulca. Juan de su condición de invicto en cualquier pelea por complicada que hubiese sido, ayudado por su familia. Estaba tomado, más de la cuenta, sólo él se reía de sus propios ademanes exagerados. Su tío Pepe y su tío Lolo estaban mirando para la barra sin tomarle atención en lo más mínimo. Se levantó de la mesa y se dirigió a uno de los tipos del fondo del bar y sin más le dijo "Baboso", mientras le pasaba el brazo por detrás de la espalda. Juan, embriagado en ego y alcohol, había dicho eso refiriéndose a su historia. Sin embargo, lo dijo arrastrando tan penosamente las letras que el tipo pensó que se refería a él. ¡Claro! el tipo no sabía nada de la historia, para él era un "Baboso" completamente descontextualizado, retador y tajante; sin contar con la cara del baboso que le miraba mientras se lo decía. El tipo empujó vigorosamente a Juan que fue a parar del otro lado del salón.

Todo desde ese momento ocurrió tan rápido. Lolo, el tío de Juan, al sentir y mirar a Juan en el suelo golpeando junto a su silla, se incorporó y encaró al tipo. El tipo ya estaba parado esperando para recibir el primer embate. Los dos amigos del tipo que estaban en la mesa se pararon al momento que el tipo era derribado por el tío Lolo que lo embistió como si fuese un toro, con la testa por delante. Fue entonces cuando el tío Pepe recién se percataba de lo que estaba pasando, volteó la cabeza al lugar de la acción y se abalanzó con prestancia. Yo sólo vi como empezaron a romper cosas y, aunque no me quise ir de ahí para ver como terminaba, si me agazapé un poco a un costado para alejarme de los golpes y mirar mejor. Juan estaba tirado con un ojo morado, tío Lolo tiraba golpes al azar y aunque no atinaba a nadie, tenía entretenidos a los dos amigos del tipo que no podían acercarse a él. Tío Pepe, por otro lado, estaba mano a mano con el tipo, dando una tunda que pronto terminaría con el tipo en el suelo. Uno de los amigos del tipo se dio cuenta de esto y decidió intervenir. Tomó uno de los ceniceros de cristal que había en la mesa donde estaba y lo arrojó directo al tío Pepe que alcanzó a mirar de reojo y esquivar el golpe que iba directo a su cabeza. Entonces, el tiempo para mi se detuvo. Vi como al tiempo que tío Pepe hacía gala de su destreza boxeadora esquivando con un movimiento lateral, volaba el cenicero. Fue en ese preciso y efímero instante que me di cuenta que venía directo a mi fisgona cabeza. Vi ese cenicero como una escena en 3D de la década de los 80s, agrandándose e invadiendo cada vez más mi espacio personal. Iba tan rápido que solo alcancé a cerrar mi ojo izquierdo mientras mi reflejo tardío intentaba mover mi cabeza torpemente en busca de protección, y entonces ¡paff! cerré los ojos. 

Seguía escuchando la trifulca, por lo tanto no estaba desmayado, o la trifulca había durado demasiado, pensé. Abrí los ojos y vi la mano de "El Maco" que sostenía el cenicero a unos centímetros de mi cabeza. ¡Me había salvado! Con un movimiento ninja y reflejos dignos de una mantis religiosa, con esa su única pero hábil mano disponible, me salvó de, mínimo, un gran chipote chillón. Me giré lentamente y desde el fondo de mi corazón le dije con voz entre cortada mirando a su par de ojos, Gracias.

La trifulca paró y todos salimos del lugar. Desde esa vez Juan le bajó a su histrionismo para contar sus inusitadas aventuras, por suerte. También reforzamos nuestra admiración y respeto al tío Pepe, de quien supimos que en sus tiempos mozos había practicado boxeo, esa era una historia real. Por el contrario, tío Lolo reforzó su condición de bufón con suerte. Se jactaba bonachón, contando la historia de como el sólo había combatido a dos tipos sin que estos pudieran hacerle ningún daño grave gracias a su técnica de "golpes a ningún lado". Yo aprendí dos cosas, a no quedarme a chusmear en peleas si no estoy pensando intervenir, pero sobre todo, aprendí a tenerle un profundo respeto y admiración a "El Manco". Desde entonces cada vez que decimos ¡salud! volteo hacia él y choco mi vaso con el suyo, él brindando con esa su única pero hábil mano disponible.

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