Cuando la tormenta acecha


Cuando la tormenta acecha hay un sensación de inminencia que prevalece. No se puede negar, se pintan las nubes de un color particularmente gris tirando cada vez a más oscuro. El viento se vuelve pesado, y la mayoría de las veces entrecruzado, cambiando de curso a un antojo que como mortales no comprendemos del todo, ¿Habrá algún orden que desconocemos en el caos?

Dicen, aunque a mi me cuesta identificarlo con el simple alcance de mis propios sentidos, que la presión atmosférica varía y que la humedad sube. Lo que si logro identificar es una pesadez en el aire que me rodea. Cuando la lluvia viene por un temporal tropical, la brisa se vuelve cálida y hay una sensación de playa sin playa que se percibe. A veces creo alucinar casi el olor a pescado y sal que prevalece cerca del mar.

Cuando la lluvia que se avecina pertenece a un viento polar o invernal, la temperatura baja, a veces lenta y a veces estrepitosamente, más allá de ese detalle, lo hace de manera constante. No he presenciado una nevada, pero me imagino que ha de ser similar. Avisando que el frio se aproxima, las lluvias invernales suelen llegar con brisa congelante, heladas por las madrugadas y vientos cortantes.

La tormenta se va haciendo desear y esperar. No tiene prisa de llegar, sabe a lo que viene y sabe que después, como llega, se va. Va generando ansiedad, con un viento más fuerte de repente moviendo las ramas de los árboles,o entonces simplemente con una misteriosa, engañosa y parsimoniosa calma para despistar, juguetona es, sabe que tiene el control. Alarga a placer la espera, y cuando llega, se hace notar.

Un cambio torrencial en el ambiente la delata. Las gotas de lluvia gordas van tocando el suelo y levantando polvo antes de convertir a toda esa tierra en barro. Si te toma desprevenido en la intemperie es imperativo conseguir cobijo, cualquier saliente o incipiente techo es mejor que nada, sobre todo, es mejor que un árbol, bien es sabido que si hay tormenta y hay truenos y rayos, es mejor no estar cerca de árboles grandes y frondosos, menos en terrenos llanos.

Cuando la tormenta llega, arrasa, lame la tierra, lima los campos, limpia las calles. Es una de esas maneras incomprendidas por el hombre que tiene la naturaleza para devolver equilibrios sobre el planeta, que por suerte, así como llega con fiereza, con serenidad se va, y nos deja la calma.

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