Sustos en la casona

Era pasada la media noche, algo así como las 2 de la mañana, hora en la que dicen vagan las almas. Nunca he sido asustadizo, mi amigo sin embargo si.

Como decía, era de madrugada, momento en que si no estas en al juerga conviene más estar dormido. Y así me había mantenido ya un buen rato, la tremenda calma que expresaba la vieja casona familiar de mi amigo lo permitía con facilidad. Sin embargo, de repente, algo me hizo despertar. Sintiendo una opresión en mi vientre como nunca me había sucedido desperté con urgencia. Miré a mi alrededor, no vi nada, pero absolutamente nada, la oscuridad era tal que no podía distinguir si tenía abiertos los ojos o si permanecían cerrados. Intenté incorporarme y balbuceé una maldición entre dientes. ¿porqué a mi? esa presión en mi interior se hacia cada vez mayor, tan lejos del lugar que me pudiera brindar confort. Me incorporé y baje los pies por un lado de la cama. Me senté y moví de un lado a otro la cabeza sintiendo como esa presión casi me llegaba a los hemisferios de mi cerebro. Solté otra maldición, esta vez un poco más fuerte y me dije a mi mismo, "no debí haber tomado ese vaso de agua después de merendar", tenía unas ganas escalofriantes de ir a orinar, y la letrina, el único baño de esa vieja casona del pueblo natal de mi amigo, estaba del otro lado del patio principal. Era una vieja letrina que estaba debajo de las hojas de los frondosos arboles de aguacate de varias décadas de edad. 

Es así que pensé que algo había que hacer, así que tanteando el piso con los pies me dirigí a la puerta que abrí dejando escapar un leve rechinido que despertó a mi amigo, que como supuse, no me quiso acompañar. Me dijo que no hiciera barullo, que todos en la casona dormían, que si por casualidad su abuela llegaba a despertar, comenzaría a pegar de gritos a su alrededor y que en compañía del abuelo amodorrado encendería todas las veladoras que pudieran encontrar hasta iluminar toda la casa, era una vieja tradición que ella tenía para repeler a los espíritus. Me dijo todo eso casi como en un modo automático, entre sueños y de la misma manera, sonámbulamente, se volvió a recostar balbuceando algo que ya no logré comprender. 

Emparejé la puerta para evitar el sonido del cerrojo. Fui dando pasos de puntillas por el largo corredor que permitía una corriente de viento extraña, una corriente siempre en una misma dirección y palpitante iba conmigo a cada paso, parecía me empujaba al fondo del corredor cándidamente. El silencio, que cada vez era más profundo, me inundaba la cabeza, increíblemente no escuchaba ni el viento que me estaba empujando, pero lo sentía. Para ese entonces mis ojos ya se habían acostumbrado a la tremenda oscuridad, con la resolana de la media luna que se asomaba por los ventanales, me daba la impresión que era suficiente para distinguir todo con un singular detalle. Con dificultad por hacer una caminata pausada aguantando casi la respiración y con la presión en mi vejiga, logré cruzar el marco de la puerta del corredor y pasar al patio de la casona.

Una vez ahí con el aire renovado pero con las mismas ganas de orinar, noté de nuevo la calma, una pequeña brisa se sentía, seguramente relacionada al río que seguía activo de noche, como buen río que inexorablemente continúa transitando agua por su cauce. Ya faltaba poco, sólo debía cruzar una pequeña explanada y pasar el pequeño huerto de tras-patio para llegar a la letrina, conforme avanzaba mis ganas de orinar crecían, la ansiedad de conseguir mi cometido me estaba haciendo una mala pasada, tuve que contenerme más. ¡No lo podía creer! ¿como a alguien se le pudo ocurrir tener el baño tan lejos?

Estaba en mis cavilaciones cuando al  pasar por debajo de los primeros arboles de aguacate percibí como algunas hojas parecían caer sobre mi espalda y coincidentemente, pensé, una nube oscura se posaba por encima de la media luna apagando la luz que permitía a mis ojos distinguir mi camino. La tremenda oscuridad volvió. Paré a apenas unos cuantos metros de la letrina, pero no podía continuar mi andar debido a que no veía nada absolutamente, me quede pasmado esperando a que la oscuridad pasara, que la nube se fuera y entonces pudiera volver a distinguir a donde iba. Entonces fue cuando las hojas que caían sobre mi espalda comenzaron a generarme escalofríos, la brisa que levemente llegaba me comenzó a generar frío, mis ganas de orinar eran más intensas pero comenzaron a ser una preocupación secundaria. La vieja casona desapareció de mi vista a falta de luz, pero las visiones se comenzaron a trasfigurar en mi cabeza, a donde volteaba me parecía que aparecía algo. Sentí entonces un empuje del viento al momento que un rechinido fino y cercano se escuchaba, era la puerta de la letrina que se abría lentamente. No veía nada, sólo lo imaginaba mientras los bellos de mis brazos, piernas y espalda se erizaban al unísono. Estaba congelado, sin saber que hacer, salir corriendo con esa oscuridad era un suicidio porque seguramente podría chocar con un tronco inamovible de aguacate, de nada me servía saber en que dirección volvía hacia adentro de la casona. La puerta paró, por un momento me pareció no escuchar nada, comenzaba a respirar de nuevo. Fue en ese momento que la nube comenzó a disiparse, la luz volvió de golpe. Fue cuando en frente mío apareció como de magia una bata blanca de lino viejo flanqueándome, sin prisa ¡¡que susto me dio!! mi respiración se cortó completamente, hice un grito hacia adentro y la brisa nocturna me recorrió todo el cuerpo como una combinación de rayo y escalofrío ¡Era la abuela que acababa de salir de la letrina! y para colmo ni si quiera me vio, pasó de largo a paso lento, conociendo el camino de memoria, sin prisa, sin error. 

Cuando volví a la habitación mi amigo estaba medio despierto, las luces seguían apagadas, me dijo que iba al baño, que como odiaba tener que levantarse y cruzar todo el patio para llegar a la letrina de noche. De reojo lo miré y asentí. Se levantó y se puso unas pantuflas, antes de salir me comentó si no me había encontrado con la abuela, que casi siempre en las noches se levanta al baño y da unos sustos tremendos, que el de pequeño quedó curado de eso porque siempre se la encontró cuando venía de vacaciones. Yo le dije sólo que ya me iba a dormir. Cerró la puerta y se perdió en el eco del corredor de la casona. Yo me encaminé a mi valija y saqué una ropa interior limpia de ahí, me quité el pantalón de la pijama y la ropa interior que traía puesta, me sequé las manos y las piernas un poco con unos pañuelos desechables y coloqué todo en una bolsa, escondiéndola debajo de mi cama. Me coloqué la ropa interior seca y me volví a acostar. Mientras me quedaba dormido pensé con una pequeña sonrisa la odisea que había sido mi intento de llegar a la letrina, a la cual nunca llegué, y que sobre todas las cosas, que bueno que quería orinar y no cagar.



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