Novia, te presento a mi amiga; amiga te presento a mi novia. Parte 2

    Un día cualquiera se me ocurrió andar por el centro de la ciudad y por casualidad me tocó presenciar un concierto gratuito en una de las plazas al aire libre. Era un buen concierto de algunas bandas locales de ska y reggae. Me quedé viendo a lo lejos como el público se transformaba con las notas que escuchaban. Curiosamente la notoria diferencia entre el ska y el reggae hacían de las suyas en los cuerpos de los presentes, mientras un ritmo es de notoria delicadeza y sonidos suaves que te remontan a lugares tranquilos de meditación, la otra con sus letras subversivas y acentos repetidos exaltaban a los espectadores llevándolos a un clímax de brincos en cada canción. Creo que esos dos tipos de música se complementan bastante bien, por algo casi siempre están acompañados en los conciertos, además, parecen compartir ciertas raíces que los hacen como hermanos que crecieron en diferentes lugares. Precisamente en un lugar de estos matices Ana apareció. Se acercó a mí sin avisar, sin pedir permiso se apiló sobre mis hombros y empezó a gritar y saltar al ritmo de una canción escandalosa que estaba sonando en ese momento. Yo en un primer momento me sentí apenado y confundido, sin embargo me dejé arrastrar al paroxismo de la energía de una chica que no conocía, pero que me cayó bien en el momento.

    Brincamos y bailamos en grupo en el estilo que se conoce como slam esa ronda de canciones de ska de la banda que estaba tocando en ese momento. Me di cuenta que estaba rodeado de personas desconocidas pero que confluíamos en un intercambio de sudores y energía que no había experimentado jamás. Por un momento pensé que me encontraba lejos de esta chica, y que ya había tomado su propio camino, pero ella aparecía cerca de mí cada que echaba un vistazo al rededor.

    Terminó la ronda de la banda en turno y todos nos dispersamos y aproveché para por fin mirar directamente a la cara a la chica que me había inspirado para entrar en el remolino de sensaciones que acababa de presenciar. Sólo le comenté que había sido divertido, y ella contesto que deberíamos volverlo a hacer. Así comenzamos a salir, Ana no tenía complicaciones de horarios ni compromisos, era vernos si nos encontrábamos de paso, o dejar pasar un tiempo para volvernos a ver e inventar alguna locura.

    Creo que me dejé llevar, era como contar con dos alter ego, cada que me encontraba con Ana era no saber que podía pasar, era la sorpresa de lo inesperado, estar con María era la calidez y la ternura que cautiva con solo presenciarlo. Tan distantes y distintas, jamás me imaginé que podría cruzar esos caminos tan opuestos, parecía que el único puente entre una y otra era yo, pero actuaba más como aislante que como catalizador. No podía resignarme a perder alguno de los dos mundos, estaba disfrutando de ambas bondades y no quería dejarlo.

    María cada vez me abrazaba más fuerte en cada despedida, Ana me regalaba besos cada vez más apasionados, era claro que ellas también disfrutaban y me querían. Estaba llegando al punto en que ambas relaciones se volvían más demandantes, en tiempo, esfuerzo y afecto, debía tomar una decisión por ellas y por mi. Fue presisamente esa indesicion que la que poco a poco me fue llevando a la perdición. La fábula del perro de las dos tortas se remitía en mi pensamiento cada vez que intentaba reflexionar en que podia hacer. Claro como podía preveer que los padres de ambas (es decir el padre de Ana y el padre de María)  eran amigos desde la secundaria y que justo en esa fiesta se habían reunido.

Sigue continuando...

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